Qué bonito es el deporte que después de realizarlo lo recuerdas nostálgicamente.
Cuando yo era joven los patines tenían cuatro ruedas, un par paralelo al otro, pegadas a una chapa, sin mas, que iban con unas correas de cuero atadas a tus playeras y un freno delante. Aprendías con un pie primero, y luego con otro. Así cogí el vicio de darme impulso con una pierna más que con la otra.
Ahora, igual que la letra “elle” ya no existe y se le llama “doble ele”, han decidido que mejor las ruedas las ponen todas seguidas y las pegan a un calzado de bota eliminando la libertad de acción del tobillo. Error.
Antaño yo bajaba a la calle, me ponía los patines y me dedicaba a dar vueltas obsesivamente a la plaza de la mano de la eli, sola o agarrada al guardabarros de algún coche que por ahí pasaba. Era una situación genial. O al menos eso recordaba yo ahora, por eso me dio por regalarle a mi Sr. esposo unos patines de bota del siglo XXI. Él no los quería, nunca se los pidió, de hecho cuando los vio pensaba que era una broma pero como yo quería salir a patinar de su mano se los regalé, pidiéndole luego que me regalara él a mi unos a juego con los suyos. Manipulación: no. Yo prefiero decir que me preocupo por el ocio y salud de mi familia.
Total, que desde reyes teníamos los patines y todos los accesorios necesarios en casa pillando polvo, y gracias a la insistencia de Lourch, el sábado por fin nos lanzamos. Esa es la palabra. Después de más de 20 años sin montar en patines nos fuimos a una pista bastante solitaria, solo ocupada por niñas con rosados patines y todo lujo de complementos de Hello Kitty mirándonos extrañadas como andábamos tipo robocop de la mano de otro anciano como nosotros.
No fue tan complicado entrar en situación y empezar a deslizarte como un profesional, es mas, fue demasiado fácil pillarle el gusto a la velocidad y sentirse como el pive ese que baja todas las tardes el parque a toda ostia provocando huracanes a su paso. Pero ya se sabe que la velocidad sin control, no sirve de nada.
Al poco de ir sola y con el subidón del momento me desconcentré y me derrumbé como un saco de 60 kilos en caída libre sin haber contado con la protección nalguera. Ya no recordaba esta otra sensación asociada a patinar: el encontrarte en el suelo con parte de tu cuerpo palpitando de dolor mientras te cagas en el deporte. Es la recompensa al duro trabajo: un momento de placer, cuatro días de culo magullado e incapacitación motórica. De todas formas estoy deseando volver al lugar de crimen para experimentar con los frenos esos chungos que ahora están detrás del patín derecho, porque eso de frenar con la inercia y un murete me estaba empezando a descoyuntar los huesos. Necesito practicar con las curvas y empezar a dominar a este deporte o deportillo, que tanto promete… y el invierno que viene nos vamos a esquiar… ¿y donde meto los esquís que le voy a regalar al Fer para su cumple?
2 comentarios:
Anónimo dijo...
¿En serio? ¿Lo dices de verdad? No me lo creo. Estás metiendo una trola para hacer más dramática la narración. ¡¡¿¿Qué la elle ya no existe??!! Me acabas de dejar en shock.
Anónimo dijo...
Por cierto, soy Noe. La del shock.
:)